Pintaba para ser un año grandioso en muchos aspectos, pero no lo fue… Esperamos que disfrutes esta reflexión sobre lo que nos deja la pandemia que marcó 2020, desde el punto de vista de quienes amamos el balompié y la literatura.
Puedes ver el video original o escuchar este texto en el podcast de Futbol y Libros:
R. de la Lanza
Érase una vez un mundo, nuestro mundo, que giraba como gira un balón en una cancha de futbol, con sus ires y venires, con rapidez, con lentitud, fuera en grama fina, en pasto artificial, tierra, lodo, duela, cemento o asfalto… Hasta que llegó un virus mortal que se esparció por el mundo con la velocidad más inusitada, y entonces el mundo paró. El cuento se detuvo, las hojas del libro dejaron de pasar. El balón dejó de rodar.
Se detuvo toda actividad no esencial. Había que mantenerse a salvo del contagio. Ni la producción y venta de libros, ni el deporte eran esenciales.
El paro general fue tan repentino que nos dejó pasmados. Nos inventamos juegos, bromas y alternativas para replicar la normalidad en el rincón de nuestro hogar, pero después de 20 días de confinamiento todos nos queríamos convencer de que ya era suficiente y que faltaban pocos días.
El pasmo y la gravedad pudieron ser vislumbrados por algunas mentes privilegiadas que pudieron asomarse a contemplar la magnitud de lo que estaba por venir, y alzaron la mano no sólo para mostrarnos ese terrible pronóstico, sino para también compartir un poco de su mundo y su talento a fin de que pudiéramos pasarlo un poco mejor… e incluso para darnos con la historia la lección de esperanza que las letras y el deporte han podido darle a la humanidad en varios momentos.
La tecnología nos permitió seguir en contacto con nuestros ídolos, con la sola inconveniencia de no estar junto a ellos para estrechar su mano y abrazarlos. Muchos libros se han presentado así.
Con el paso de los meses, desarrollados los protocolos y como producto del apremio económico, se comenzaron a retomar y se han llevado a cabo los torneos de la gran industria del deporte espectáculo, como se ha podido, gracias a los recursos, infraestructura y personal que tienen todas las instituciones y clubes de cierto nivel. Pero no ha sido así para todos. Las canchas de barrio, regionales y municipales siguen cerradas en su mayoría, y en todo caso, no existe la libertad total que se gozaba antes de la emergencia.
A pesar de todo ello, seguimos atados. El mundo sigue siendo un lugar peligroso para todos, especialmente para los niños. La normalidad habrá vuelto cuando los niños puedan volver a llenar los parques, cuando puedan entrar sin problemas en la sección de libros infantiles y juguetes para hojear y leer un álbum ilustrado mientras se acuestan en la alfombra, cuando estén llenas de niños las canchas, tanto las escolares, como las llaneras y las callejeras… cuando los mozos y las jovencitas vuelvan a exhibir su lozana belleza y sus travesuras no pongan en peligro la vida de sus familiares; cuando los médicos, que por tradición siempre se han llevado tan bien con las letras, vuelvan a sentirse libres y mentalmente despejados como para disfrutar una lectura más.
Cuando las librerías vuelvan a ser un espacio de todos, libres y seguros; cuando podamos acudir en persona a que nuestro escritor tan admirado nos firme un libro, o que los niños acudan en grandes grupos para las sesiones de cuentacuentos. No habrá normalidad hasta que los entusiastas caminen por los pasillos y los rincones de un estadio gritando y cantando sus vítores y porras, y los chiquillos puedan ir nuevamente sobre los hombros de sus padres al estadio o a la cancha local a apoyar a su equipo… Cuando los gimnasios y las canchas escolares vuelvan a estar llenas de estamina, pasión y animadores, y las aulas de vida dentro y fuera de los libros.
Mientras tanto, hemos de permanecer resguardados, lo más que se pueda, como escondidos en un sótano o en un búnker para no estar expuestos al peligro que nos merodea, que si en un principio se trataba del riesgo estrictamente causado por el virus, ahora es el ocasionado por la indiferencia, la ignorancia, el agotamiento y el dolor.
Ahí es donde el deporte y la literatura pueden ayudarnos: la disciplina y la pasión que surge de uno, junto a la profundidad y la belleza que la otra es capaz de suscitar aun sacándolos de los asuntos más duros, pueden brindarnos algo de esperanza. Esa esperanza se debe cuidar, atesorar y mantener viva, ardiendo como la llama que viaja por el mundo para hermanar a la humanidad en el deporte. Esperanza en que siempre podemos ser más solidarios, más conscientes y generosos con el otro, más apegados a la vida y a la calidez humana, menos indolentes, y un poco más solemnes… Hemos de mantener viva y ardiendo esa esperanza en cada momento, como el tesoro más valioso que nos habrá de ser útil allá: al otro lado de esta montaña que llamamos pandemia, y cuya cúspide alcanzaremos antes de caminar cuesta abajo hacia lo que tal vez un día podamos llamar normalidad.
Hasta entonces, no habrá final feliz.