La cancha estaba inclinada
por culpa de ese silbato,
que siempre pitaba en contra,
en favor de los contrarios.
Con tarjetas amarillas
empapeló nuestro rancho,
y con nueve nos dejó
antes de ir al descanso.
Si parecían catorce
los rivales en el campo,
con esa ayudita extra
nos metieron en el arco.
A puro poncho y orgullo
sacando de punta y alto,
poniendo el alma y la vida
no aflojábamos un tranco.
Si algún desborde tuvimos
él se encargó de cortarlo,
con dos secuaces de negro
con banderín en la mano.
«De arriba no se la llevan»,
entre todos nos juramos,
«les va a costar más que plata
sacarnos del campeonato».
Pero el de negro pitaba
inclinando hasta los astros,
si a la cancha a los rivales
se las puso cuesta abajo.
A nosotros cuesta arriba
se nos hacía el trabajo,
si tan sólo cuatro veces
pasamos del mediocampo.
Para colmo en una contra
metimos un pelotazo,
que el siete de nuestro equipo
la puso justo en el ángulo.
Dijeron que estaba orsay
y el golazo le anularon,
y al siete le dio amarilla
por no escuchar el silbato
Entonces se nos vinieron
para comerse el asado,
con nuestro arquero que hacía
de cada acción un milagro.
Cuando iban casi cuarenta,
un penal les regalaron,
menos mal que nuestro arquero
le puso el pecho y las manos.
Si ya no quedaba nada,
sólo el último pitazo,
la hazaña ya estaba cerca
ese domingo de mayo.
El juez expulsó al arquero
por un supuesto reclamo,
y un tiro libre directo
dio a favor del adversario,
La pelota del bombazo
casi nos rompe hasta el palo,
y el cinco de atropellada
la puso adentro del arco
Era gol, y era de ellos
el triunfo y el campeonato,
si tenían que ganar
pues ya estaba sentenciado.
Nosotros pusimos todo
y no pudimos lograrlo,
si ellos eran catorce,
que con ocho nos dejaron.
La cancha estaba inclinada,
por eso es que nos ganaron,
pues siempre pitaba en contra
aquel maldito silbato.