El mejor jugador de la historia

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  • Publicación de la entrada:26 de abril de 2021

El mejor jugador de futbol puede que no vista los colores que nos imaginamos, y que no juegue en el estadio que creemos. En este relato, R. de la Lanza nos retira de los grandes torneos televisados y nos devuelve al llano y las ligas amateur de la Ciudad de México.

R. de la Lanza*

Hace unos días, un diario deportivo internacional lanzó una pregunta en sus redes sociales. Una típica encuesta abierta de popularidad:

¿Quién consideras que es el mejor jugador de futbol de la historia?

Por supuesto, las respuestas comenzaron a caer por decenas y pronto eran cientos. Maradona, Cristiano, Pelé, Ronaldinho, Beckenbauer, Zidane, Cruyff, Platini, Cantona… En activo, retirados, fallecidos, algunos cuantos olvidados como Hugo el Pentapichichi, o tristemente interrumpidos, como el Mariscal Cabañas…

Seguí dándole scroll down, y de repente me encontré con un hilo muy peculiar, que me robó el aliento:

«Mi primo Orlando el Moco Viruega, de la Bondojito, allá por los 80. Ese es el mejor, me cae. De morro supo que lo suyo era el fucho. Cuando tenía unos 14 años comenzó a cobrar por jugar, y a los 17 ya todo el mundo había oído hablar de él.

Ya grande jugaba fijo en el SME (Sindicato Mexicano de Electricistas) los sábados, porque trabajaba de obrero en Luz y Fuerza; pero los domingos jugaba en en dos ligas: a las 7 de la mañana jugaba por gusto con los del barrio (Atlético Industrial) y a las 12 cobraba por jugar en otras dos ligas: un domingo en una, y otro domingo en otra. Así le rendía más lo que le pagaba su tío, don Matías, por ayudarle las noches en la tienda de abarrotes.

»Una era la liga del deportivo Jamaica, en la que se lo peleaban tres equipos, todos de los trabajadores de limpia de la Cámara de Diputados (la que estaba en Allende, en el mero Centro), y un equipo de Tepito al que lo invitó un cuñado que tenía. Pero un día hubo un pleito en un partido y se lo madrearon ahí. Ya mejor se quedó nomás en Jamaica…

»Neta, el pinche Moco era un crack. Siempre metía dos goles o más. Siempre. Un estirado, dizque del América, que llegaba en tacuche a verlo jugar, le dijo un día a don Rafa (el entrenador del Industrial) que había sacado el promedio de goleo del Moco: 2.666666 goles por partido. Ve tú a saber cómo se anota un .6666666.

»Y es que, aparte de jugar bien, era fuerte. O sea, nunca se lastimaba aunque le tiraban leña y machetes. Se las sacaba moviendo bien botana su cuerpo larguirucho, con esa complexión como de desnutrido. Era como de hule el cabrón. Por eso le decían el Moco.

Sólo una vez se lesionó por pegarle a una piedra. Comenzó a aullar como perro y a retorcerse en la tierra, y lo llevaron en chinga al hospital. El doctor dijo que se había fisurado un huesito de dedo del pie y le puso un yeso. Le dieron tres semanas de incapacidad en la compañía de luz, y cuando estuvo bien, el Moco ya había vuelto con todo. Lo que ya no pudo fue ayudar a don Matías, porque se había conseguido una nueva chalana, una morra flaquita y corriosa que se quedaba a dormir en la tienda.

»Se puso a buscar su nueva segunda chamba, pero no encontró. Fue mejor así, porque le metió otros dos días de fut a la semana para jugar y cobrar.

»¿Ubicas aquel gol de Negrete que metió en el Azteca en el mundial? El Moco hizo como 20 igualitos a ese. Además, corría como perro endemoniado, pero era fuerte para cubrir. Gambetero sí, pero nunca farol. Él tomaba en serio el fut, decía que era como la escuela que se le había negado. Intenso, pero limpio, nunca lo expulsaron, y siempre estaba sonriendo.

»Con lo que cobraba por jugar le fue haciendo su casa a su mamá, mi tía Graciela. Pero se la hizo en Cuernavaca porque veía que todos los que tenían dinerito se iban a vivir a Cuerna. Cuando ya estuvo más o menos terminada esa casa, mi tía se fue a vivir allá, y se llevó a Ana Rosa, su ex del Orlando, y a sus dos nenas (una no era de él). Él les siguió dando gasto suficiente, que sólo pudo salir del fut porque su chamba de obrero no daba para nada más que la renta y comer él solo.

»No era de vicios el Orlando. No chupaba porque su jefe se había enfriado de una congestión alcohólica. También decía que los vicios nomás te sangran el dinero y la salud. Andaba tranquilo y callado. Cuando de plano se sentía muy solo, se iba a buscar güilas para no tener broncas con nadie. Eso sí, cada tres meses iba a ver a mi mamá y si estaba yo con ella, nos poníamos a platicar hasta después de medianoche. Luego se iba a su casa en su vochito azul, que se había comprado para lanzarse a Cuerna a ver a su mamá y a las nenas sin tener que usar autobús.

»Así fue cuando cumplió 31. Estuvo un rato con mi mamá y conmigo. Venía de jugar dos partidos, y se bañó en la casa. Estaba feliz y muy tranquilo. Partimos un pastel y él se despidió temprano porque al día siguiente quería ir a ver a Ana Rosa para ver si volvían, porque la extrañaba. Nunca la había dejado de querer, con todo y que ella le había puesto los cuernos con el hijo de don Ubaldo, un casero que tenían.

»En la mañana nos llamó mi tía Graciela para decirnos que habían asaltado al Orlando en la noche para quitarle su vocho. No se resistió al atraco, pero uno de los dos rateros igual le pegó tres puñaladas. Unos taqueros que estaban cerrando el puesto alcanzaron a escuchar sus gritos, y cuando llegaron a ayudarlo, él alcanzó a darles el nombre de Ana Rosa y su número. Y se quedó dormido. Mi tía le dijo a mamá que la ambulancia llegó rápido, pero no alcanzó a llegar al hospital.

»Bueno, pues. La pregunta era sobre el mejor jugador de futbol. Pues ese es mi primo Orlando.»

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