Cuando era niño soñaba con ser jugador de fútbol, pero sólo jugaba bien mientras dormía. En la cancha de la literatura, ahí sí se movía como todo un crack. Y uno de los temas que dominó en ese campo fue el futbol.
R. de la Lanza
Si hay una nación configurada casi por completo por el futbol, esa es la República Oriental del Uruguay. El mundial de 1930 tuvo una repercusión mucho más profunda de la sospechada en una población que a partir de entonces dejó de sentirse dispersa, revuelta y cohabitante fortuita de ese terruño pen-peninsular que sólo tenían en común ser los primeros de América en ver la luz del sol… hasta que el futbol les brindó identidad, cohesión y unidad. Las diversidades fueron integradas como sólo el futbol sabe hacerlo.
Sólo de Uruguay, pues, podría haber surgido, como una deuda tardíamente pagada del boom latinoamericano, el portavoz literario de todo lo que ha significado el futbol, no sólo para Uruguay, sino para cada una de las almas a quienes el futbol ha tocado en la América Latina y, ultimadamente, en el mundo entero.
Eduardo Germán María Hughes Galeano nació un 3 de septiembre de 1940 en Montevideo, en el seno de una familia de clase alta y católica. Su padre era Eduardo Hughes Roosen y su madre, Licia Esther Galeano Muñoz, de quien tomó el apellido para su nombre artístico. En su juventud trabajó como obrero de fábrica, dibujante, pintor, mensajero, mecanógrafo y cajero de banco, entre otros oficios. A los 14 años vendió su primera caricatura política al semanario El Sol, del Partido Socialista del Uruguay.
Brincamos hasta 1971, año de la publicación de Las venas abiertas de América Latina, que se ha convertido en un clásico de la literatura política latinoamericana. Su obra, entre la que también destaca Memoria del fuego (1986), ha sido traducida a una veintena de idiomas.
Porque Galeano era zurdo. De izquierda, pues, que es la posibilidad más inmediata para todos los que desarrollan esa dolorosa y fatal sensibilidad por el padecimiento ajeno y los cuestionamientos éticos que la moral occidental —cristiana y capitalista como es— no ha podido resolver.
Quizás de ahí le surgió su amor por el futbol. O quizás, como Camus, vio en el futbol el muestrario del mundo, el instructivo de la vida, pero en su agitada e incansable actividad periodística, implacable en su crítica política —que le acarreó censuras, arrestos, el exilio y otras cuitas—, se inscriben agudas y efervescentes piezas de literatura dedicadas al balompié, el deporte que ha sido capaz de todo, hasta de matar.
Así se hizo famoso Galeano entre los lectores aficionados al fútbol. Su colección de narraciones El fútbol a sol y sombra rinde homenaje al fútbol, música del cuerpo, fiesta de los ojos, y también denuncia las estructuras de poder de uno de los negocios más lucrativos del mundo:
La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía. Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que se sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad.
Eduardo Galeano, El fútbol a son y a sombra
Galeano falleció el lunes 13 de abril de 2015, a los 74 años de edad en Montevideo. Había sido internado en un hospital como consecuencia de un cáncer de pulmón, a pocos meses de haber publicado su libro Cerrado por fútbol, en ocasión del mundial de Brasil 2014.
Larga vida al príncipe de las letras futboleras.