Bioy Casares y el futbol

  • Publicación de la entrada:15 de septiembre de 2020
  • Tiempo de lectura:11 minutos de lectura

El escritor argentino definió el fútbol como «el deporte que practicamos desde la cuna, en la calle y con la pelota de trapo; el deporte que apasiona a todos por igual, a gobierno y a oposición».

Ariel Scher*

¿Por qué a Adolfo Bioy Casares le atraía el juego del fútbol, si no era hincha? Tal vez, por eso: por lo que es el fútbol en Diario de la guerra del cerdo, la novela tan excepcional como perturbadora que publicó en 1969. Por eso: porque el fútbol hace entrecruzar tensiones, batallas dentro de la batalla, gente que confronta con gente. Valdría preguntárselo a Isidro Vidal, personaje entre los personajes, uno de los viejos, uno de los “cerdos” a los que los jóvenes de Buenos Aires van matando en la novela. Valdría preguntárselo en este diálogo con su hijo:

—No era que los viejos no sirven para nada.
—Absolutamente para nada. ¿Qué sabían ustedes de labor de equipo y planificación? No vas a comparar un fútbol egoísta, puro individualismo y firulete, con la científica planificación del partido, hasta el último detalle, hoy de rigor.
—¿Hubo desmanes?
—En la tribuna algún hecho aislado, de poca monta, pero por regla general reinaron la cultura y el orden, al extremo que la gente se aburría.

O no. O era al revés. A Bioy Casares lo podía atrapar el fútbol, a pesar de no ser hincha, porque el fútbol lo ponía en contacto con cierta ternura y con mucha identidad, como testimonia El sueño de los héroes, cuando Gauna le presta el oído a Pegoraro:

—Si ves el nuevo equipo te acordás de los buenos tiempos y decís que no hay como el fútbol. El club está desconocido. Nunca tuvimos, te lo juro por mi mamá, que me dio esta medallita, una línea delantera comparable. ¿Lo viste a Potenzone?
—No.
—Entonces no hables de fútbol. Tenés que cerrar esa boca, en pocas palabras, callarte. Potenzone es el nuevo centro-forward. Un mago con la ball, puro firulete y fioritura, pero cuando llega frente al arco, el hombre pierde empuje, carece de fibra y el tanto más seguro queda en nada, si me entendés.
Y a Perrone, ¿tampoco lo viste?
—Tampoco.

Bioy Casares no fue ciudadano de las tribunas pero su obra no sólo contiene fragmentos de fútbol sino que desanda unas cuantas cuestiones por las que a partir de una pelota se arma un universo envolvente, complejo y contradictorio, como se evidencia en “Esse est percipi”, el cuento que, con la firma de Honorio Bustos Domecq como autor, concibió junto con Jorge Luis Borges. Aunque siempre aseguró que su corazón no estaba cerca de ninguna camiseta, al fútbol igual lo enfocó como lo que es o lo que se volvió: un montón de luces y un montón de sombras.

Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares

Otro parlamento de El sueño de los héroes comprueba que el que escribía sabía de qué escribía y que, como apreció Juan Sasturain, lo hacía desde “una coloquialidad de oído finísimo que no se priva de la ironía y la joda más desaforada en los diálogos”. Al fútbol lo define como “el deporte que practicamos desde la cuna, en la calle y con la pelota de trapo; el deporte que apasiona a todos por igual, a gobierno y a oposición”. Muestra, en esta novela, a un personaje que se jacta de ser “hombre de Platense” y a otro que le replica “prefiero a Excursionistas”, que también es el equipo de Dante, en Diario de la guerra del cerdo, según describe una pared en la que cuelga un póster de la Selección Argentina subcampeona olímpica en 1928. Y en la que un sabihondo de barrio pontifica: “nos ha dado la costumbre de pasearnos en camiones gritando al indiferente: ‘¡Bo-ca! ¡Bo-ca!’”.

El desfile de clubes no se ciñó a los dos supergrandes argentinos. Aunque sin duda River es rey en Diario de la guerra del cerdo, hubo menciones para otros. Defensores de Belgrano, el contrincante barrial de Excursionistas, equilibra la balanza cuando juega y aparece en Diccionario del argentino exquisito, en la cita destinada al verbo “clasificar”. El Club Atlético Vélez Sársfield asoma en “La trama celeste”. Y el relojero Bordenave, protagonista de Dormir al sol, se acordó del “rengo Aldini, que oficiaba de bastonero y más de un domingo nos llevó a la tribuna de Atlanta”. Antagonista tradicional de Atlanta es Chacarita Juniors, dueño del ejemplo escogido para explicar el término “mecánica” en su diccionario.

Con los colores del club que sea, raro es que un argentino no trace su autorretrato como futbolista. Bioy Casares se ubicó como un alter ego del Potenzone de El sueño de los héroes. En la realidad, rememoró alguna vez en El Gráfico:

Fui capitán. Nunca concerté matchs con equipos contrarios porque fui pésimo capitán, pero me gustaba mucho jugar. Llevaba la pelota fácilmente al arco enemigo y me faltaba fuerza en la patada para meter el gol. Era sólo cuestión de resignarse a pasar a otro la pelota y quedarse mirando cómo hacía el gol.

Adolfo Bioy Casares a El Gráfico

Algunos de esos partidos los disputó en el club KDT, con Drago Mitre y con los Menditeguy, sus amigos. De allí que el KDT goce de una reivindicación en esa novela cuando enmascara en los personajes a sus amigos, autores reales de algunos goles en el pasado que, explotados para la ficción, la enriquecen.

En febrero de 1983, según sinceró en Descanso de caminantes, Bioy Casares sumó una verdad:

Reconocemos la excelencia, cuando la encontramos. Nuestro equipo de football del club KDT no temía a nadie. Julito y Charlie Menditeguy eran rapidísimos wings y precisos goleadores. Yo era un centroforward velocísimo, hábil para llevar la pelota a las cercanías del arco contrario. Enrique Drago era un buen back, y tanto Sojo como Nelson eran arqueros confiables. Un día, contra la sexta división de Sportivo Palermo, luchamos con incansable coraje. Julito llegó a meter un gol a nuestros rivales, que a pesar de ser muchachos de la calle no nos trataron con menosprecio y nos metieron siete u ocho goles.

Carlos Bianchi

“Reconocer la excelencia” podría haber repetido Bioy Casares al cerciorarse de que en el paisaje de las canchas alguien hacía sencillo lo que para él demandaba más que un parto: ese alguien es Carlos Bianchi, goleador excelso, actor insospechado del cuento “Nuestro viaje (Diario de Lucio Herrera)”. En ese cuento, Bioy lo llamó “Carlitos” y confirma que lo vio jugar: un 17 de febrero, en París, alguien había dejado en el hotel un Sport-Dimanche que anunciaba que ese día jugaba Reims con Paris-Saint Germain un partido imperdible porque el 9 de Reims —el centroforward, como se decía entonces— era nada menos que Carlitos Bianchi. Tamaña expectativa la hizo cristalizar porque, luego, en el partido, lo mejor sucedió y quedó registrado en el cuento: “en medio de una extraordinaria jugada de Carlitos que sortea las defensas de Paris-Saint Germain mete un gol para la historia”.

Décadas después, ya sin hacer goles, mutado en entrenador de famas y de éxitos, Bianchi medita sobre ese cuento con un lamento: “El fútbol me permitió conocer a muchísima gente pero no tuve el gusto con Bioy Casares. Pertenecemos a dos mundos diferentes y el mundo del fútbol y el de los intelectuales no se tocaban en aquellos años”. Igual, el lamento se vuelve dicha al medir lo que implica estar ahí, en esas líneas: “Lo primero que pensé cuando leí el cuento es ‘qué manera de desperdiciar un domingo en París’. Ir a la cancha a verme jugar al fútbol, con todos los encantos que ofrece la ciudad, jaja… Por suerte, según cuenta, ese día hice algunos goles. Fuera de broma, da placer aparecer en una historia así, de un escritor de la jerarquía de Bioy Casares. Es como quedar recordado para siempre, a través de la historia que cuenta otro y que luego lee la gente a través de los años”.

Graduado en goles y modelador de equipos, Bianchi infiere lo que significa que Bioy Casares lo seleccione para un texto. Casi al punto de que, viéndose en ese cuento, su respuesta explica lo que es la literatura:

—Es como eternizar un momento.


* De su el libro Contar el juego, Capital Intelectual, 2014.

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