En marzo de 2020 publicamos este manifiesto escrito por nuestra amiga y compañera, la psicóloga Camila Müller. Un año después, la consigna sigue resonando y las pugnas no se detienen hasta que la violencia pare y ser mujer no sea una condena de muerte.
Camila F. Müller
Cuando las personas oprimidas se dan cuenta de que son muchas, son fuertes y son capaces de actuar por sí mismas, la fuerza opresora tiene sus días contados. Se llama empoderamiento. Y a muchos les parece que es una palabra nueva, de invención reciente. Quizás lo sea.
Quizás, porque antes el poder estaba en un solo sitio, en un solo lugar, detentado por la misma estirpe, la misma clase, el mismo sexo, y esa posición inamovible hacía imposible hablar de que alguien pudiera hacerse con el poder. El poder era algo con lo que nacías o no. Lo tenías desde siempre o nunca lo tendrías.
Pero eso cambió. Y asistimos al momento de la historia en que las mujeres podemos empoderarnos. Sí. Tomar para nosotras el poder con el que no nacimos. O, por lo menos, poner en activo los poderes con los que sí nacemos pero que nos son arrebatados o reducidos o anulados.
Hoy alzamos la voz no contra los hombres, sino contra la forma de vida que nos ha hecho tanto daño desde tiempos inmemoriales. Contra esa cosmovisión de moral maniquea que por buscar los opuestos en todo, decidió un día que lo hecho por el varón era bueno y lo concerniente a la mujer, malo.
Se terminó. No más privilegio. No más superioridad. No más irresponsabilidad ética. No más violencia. No más impunidad.
Ni una más…
Ni una mujer más lesionada en su cuerpo, su mente, su alma y su historia por una fuerza opresora, mucho menos las ejercidas por o en nombre del patriarcado caduco y obsoleto.
Ni una niña o mujer adulta más golpeada, abatida a gritos, violada o asesinada.
Ni una vida femenina reducida en sus sueños y posibilidades de crecimiento y autorrealización. Ni una niña más a la que se le diga que no pueda jugar futbol. O box o cualquier deporte de los que hasta ahora se conocían «para hombres».
Ni una jugadora semiprofesional o profesional más que gane menos de lo que gana un par masculino de su misma categoría. Ni un contrato injusto más. Ni una entrenadora más que tenga que padecer el asedio y las amenazas de su directiva por el solo hecho de que su personalidad no armoniza con la de ellos.
Ni una jugadora más que tenga que soportar el acoso y la violencia de compañeros, entrenadores, ni que usar vestidores de miseria, sucios e insalubres mientras sus compañeros de rama varonil se duchan en saunas y entre azulejos, mármol y clima artificial.
Ni una noticia deportiva de equipos o deportistas femeninas sin cubrir por los medios masivos. Ni un estadio más vacío en un partido de futbol femenil.
Ni una joven escritora más a la que, además de pintársele adverso el mundo editorial, se le cargue con el peso de aguantar los ataques y el acoso de compañeros, colegas, jefes, empresarios y otros más que le harán imposible la vida. Ni una escritora más que deba lidiar con esas prácticas que ya deben quedar para siempre en el pasado.
Desearíamos que, después de verter todo el dolor, la pena, la angustia, así como el resentimiento y el ardor justificados por los horrores recibidos, pronto ya no haya más escritoras que narren los espantos de la violencia por haberlos vivido en carne propia. Pero si para eso hemos de beber y hacer que todos beban la hiel amarga de nuestro dolor, aullaremos juntas hasta que deje de haber razón.
No más escritoras, editoras ni agentes literarias que cobren menos que sus colegas en igualdad de circunstancias.
No más parejas sentimentales maltratadas. No más novias oprimidas psicológicamente, ni marcadas en su cuerpo o en su alma por sus parejas, en especial si sin varones, o por sus padres o hermanos o familiares de cualquier grado, o amigos o conocidos o desconocidos.
Ni una más muerta por la violencia. Ni una. No más. Esto debe parar. Ya.
Ni una menos…
Ni una mujer menos entre nosotros por lo que sea. Ni una empleada menos por haberse embarazado. Ni una mujer sin ser contratada por exigir que se cumpla su derecho a no dar a conocer aspectos personales.
Ni una hermana, amiga, hija, madre o esposa menos por la muerte violenta.
Ni una deportista menos por los prejuicios estúpidos de sus padres ni por las malas acciones y actitudes de sus entrenadores. Ni una deportista profesional menos por tener que ir a buscar una fuente de ingresos más digna que la que se le da en su institución.
Ni una jefa menos por los estereotipos. Ni una escritora menos a la que se le hayan cerrado puertas sólo por ser mujer o por la temática de sus escritos.
Ni una mujer menos en el mundo por enfermedades tratadas negligentemente. O porque sus familiares no procuraron su atención. Ni una menos, si no es por el curso natural de una vida que, después de haber crecido a sus anchas, generado sus propias satisfacciones en un mundo seguro rodeada de gente libre de prejuicios y llena de empatía y respeto, llega a su desenlace en la forma de un dulce marchitarse.
Ni una más, pues. Ni una menos.
Abrazo de gol y sororidad a todas.