Me acuerdo cuando era niño y te miraba en la cancha,
jugando de delantero con ese nueve en tu espalda,
que parecía grabado, marcado a fuego en tu alma,
acechando a la pelota siempre cerquita del área.
Vos eras ese gigante que uno de niño idolatra,
ese raro sentimiento que sólo el fútbol regala.
Y vos ajeno de todo, Ernestino Paniagua,
vos ignorabas que eras el paladín de mi infancia.
No me perdía un partido: en primera fila estaba,
pegadito al alambrado alentando con la hinchada.
Si parece que aún te veo poniendo todas tus ganas,
como un actor de cinema que no lo detiene nada.
«Cuando sea grande», decía, «seré como Paniagua,
como ese gran goleador verdugo de pura raza».
Si jamás me olvidaré de aquella increíble hazaña,
que vos lograste, Ernestino, agigantando tu estampa:
Perdíamos dos a cero y como por arte de magia,
apareciste de pronto metiendo coraje y garra.
Con tres golazos terribles diste vuelta la parada,
con esos tres goles tuyos que aún los escucho en el alma.
Ernestino, delantero, paladín de la nostalgia,
tus goles eran colores que mis domingos pintaban.
Y ahora que ya soy grande, a pesar de la distancia
cada vez que te recuerdo me gambetea una lágrima.
Vos eras ese gigante, Ernestino Paniagua,
ese héroe, solo el héroe, futbolero de mi infancia.