Una interesantísima obra de ciencia ficción sobre la ciencia ficción con toques de realismo mágico urbano, tiene a Estados Unidos como núcleo narrativo, todo presentado con un estilo muy particular que sirve para recalcar temas dignos de mucha conversación, entre ellos, el amor. El fondo del cielo, del argentino Rodrigo Fresán es, en fin, una novela que merece ser leída una y otra vez.
La estructura de la obra es atípica, dividida únicamente en tres partes que no tienen capítulos, aunque cada parte tiene sus propias divisiones, algunas de unas pocas palabras y otras de muchas páginas.
La primera parte presenta el monólogo aparentemente divagante de un judío neoyorquino cuyos relatos abarcan desde la muerte de su padre, pasando por las aventuras en el mundo de los clubes de ciencia ficción, hasta el atentado del 11 de septiembre de 2001. La segunda parte tiene dos narradores: un francotirador en la guerra de Irak y el narrador (¿la narradora?) de la novela, cuyo nombre es Evasión.
Estas historias aparentemente conectadas de forma tenue se atan con vigor en la tercera parte, en que «ella» une el tiempo y el espacio, con un final revelador e imperecedero, en el cual el lector llega al último de los fines del mundo, pero lo que le queda grabado en la imaginación ese esa última imagen, que aquí no daremos a conocer pero que para «ella» es la más importante de todas. La estructura va revelando de a poco una trama no lineal, que recién queda clara magistralmente en la tercera parte.
La construcción de la novela parece ser la más adecuada para los temas que aborda, algunos muy trillados (como el amor) y otros dignos de Borges (como la metaficción). Que nadie se confunda, se trata de un trabajo ambicioso, en el que se habla largo y tendido sobre la ciencia ficción (por ejemplo, varios análisis de distintas obras del género, como 2001: una odisea en el espacio), se presentan elementos propios del realismo mágico de hace medio siglo (se pone a nevar en el interior de un apartamento y hasta hay un judío loco que sale volando por una ventana) y no faltan las características típicas de este género de novelas (extraterrestres, y no uno sino varios fines del mundo). Pero la mezcla de temas, elementos y un estilo particular aleja esta obra de Asimov, del propio Borges o incluso de García Márquez para darle un sitio propio, independiente.
Lo más intrigante es que la novela tiene todos los rasgos de una seudotraducción, o traducción falsa, sin serlo. El autor es argentino, pero quien no lo sepa, creerá de inmediato que lee algo que escribió un estadounidense, en el Coloso del Norte, para su público. Todos los elementos están presentes: los personajes son de allá (judíos de Nueva York, soldados de Estados Unidos), con nombres de allá (Goldman, Darlingskill, etc.), en lugares relevantes allá (Manhattan, la Green Zone de Bagdad), viviendo períodos históricos de allá (la guerra de Irak, los atentados del 11 de septiembre), y con innumerables referencias a la cultura de allá.
Incluso el estilo —repeticiones constantes de vocablos, oraciones con pocas frases subordinadas, párrafos cortos— apunta un texto producido primero en inglés y luego traducido al castellano. Y sin embargo, no es una traducción. En este hecho radica una de las mayores genialidades de una novela de por sí genial: captura el espíritu de una tradición literaria que pertenece principalmente al mundo de habla inglesa, con tal precisión que se vuelve indistinguible de cualquiera de las novelas de aquella estirpe. Si fuera, de hecho, una producción original del inglés, ya estaría entre los clásicos del género a nivel mundial.