Sólo hay una cosa más perversamente estadounidense que una comuna hippie, y es que esa comuna se convierta en una micro secta de culto a la personalidad de un galán carismático.
Un elemento más: quienes llevan el «mensaje» liberador y las advertencias contra el «día del solsticio» son las chicas. Sí: las chicas del galán, vale decir sus novias, sus sirvientas, sus grupies, sus sacerdotisas, las madres jóvenes de sus hijos, vaya: sus chicas.
El mundo vivió la pesadilla en 1969 cuando la tribu de chicas de Charles Manson mató a seis personas (incluyendo a Sharon Tate, la esposa y el bebé nonato del cineasta Roman Polanski) en la casa de un famoso productor.
En Las chicas (Anagrama, 2016), novela debut de Emma Cline, Evie Boyd cuenta, desde nuestros días a través de un recuerdo forzado por un incómodo huésped, su adolescencia en el San Francisco de 1969, y su entrada en el cerradísimo y decadente círculo de Russell (sucedáneo de Manson) o, para decirlo con más justicia, en el cerrado culto a Russell dirigido por Suzanne, una misteriosa y bella lideresa que deambula por las calles sola o con las demás chicas robando o pepenando víveres, y de cuya desfachatez y sensualidad queda prendada Evie, de 14 años de edad, precoz y resentida con su mundo plástico-burgués, próspero y aburrido (es nieta y heredera de Elizabeth Montgomery, la estrella de la famosa y aclamada serie de TV Hechizada).
De este modo Evie «revisita» el lado oscuro de la vida de una comuna y pone al descubierto la ambición de fama, los delirios de grandeza, la incondicional lealtad de las chicas a Russell-Manson, su propio despertar sexual intoxicado de ácidos y mugre, y un coctel de eventos traumáticos que culminan en un crimen múltiple, en un estilo agilísimo y perturbador desde la Evie adulta de nuestros días en una prosa rebosante de femineidad y poseedora de una lucidez escalofriante, que pervierte sin remedio la incontestable sensualidad de Las chicas.