Después de ir pisando fuerte en poesía, la joven poeta y editora española Luna Miguel debuta como novelista con El funeral de Lolita, un relato incómodo, lleno de impresiones estéticas —toda vez que αἰσθητική es lo relativo a aquello perceptible mediante los sentidos— en las que nos arrastra a revivir junto a Helena, una crítica gastronómica de alto nivel, un episodio inolvidable de su pasado, regresión provocada por la muerte de Roberto, quien fuera su profesor en la escuela y en el amor.
Se necesita un nivel de empoderamiento cínico y asertivo para escribir así.
Así es. Un episodio inolvidable por traumático. Y por hermoso. O al menos así lo es para Helena, cuyo pensamiento discurre en contra de lo que su cuerpo y la atracción estética —o sea sensorial— busca sin que ella pueda hacer nada por contenerla: Helena se precipita al funeral de Roberto sin poder detenerse, como si se hubiera lanzado al vacío.
Los trazos de poesía hacia el principio tienen esa carga de pretensión que casan muy bien con el carácter de una crítica gastronómica —¿habrá metáfora más perfecta para una editora, que debe degustar lo que irá a servirse al público?—. Helena es un ser humano total, precisamente porque está muy incompleta… y rota.
Adiestrada y experta en goces sensoriales —con todo y que es una exigente crítica de alta cocina, adora comer carne—, Helena, la nínfula de Luna Miguel, se incorpora al arcén de la autopista sinuosa de las lolitas, narradas por ellas mismas, y en el cual corre el auto desbocado y sin frenos de la vida y que sólo puede detenerse en una trampa de grava, maltrecho e imposibilitado de continuar.
Eso es lo más valioso de El funeral de Lolita: la intimidad de la nínfula narrada por ella misma. Su precocidad no es a secas —el despertar de Helena en su tempranísima edad no es sólo amorosa y física, sino también intelectual—, tampoco es mórbida como la de Humbert Humbert (Lolita, de Nabokov), si bien el asunto nunca es cómodo ni se lo corona con el aura de la normalización.
Lo más valioso de la novela es la intimidad de la nínfula narrada por ella misma.
En ese sentido es como se convierte en un valiosísimo documento en cuanto al tema. Cualquier persona con su libido en niveles relativamente normales se siente intrigado por el título. Y la Miguel sabe dar lo que no estabas buscando, sino lo que ella quería decir: una historia en la que las voces siempre son femeninas, porque los personajes masculinos están en otro lugar: o bien en otra ciudad y se comunican por mensajes, o bien están en el otro mundo: el de los recuerdos. Me parece que se necesita un nivel de empoderamiento cínico y asertivo para escribir así.